No te revelaré claramente si vive o ha muerto, porque es malo hablar de cosas vanas
Rapsodia IV, La Odisea, Homero
El viaje de vuelta a Ítaca es en realidad un único camino de ida. De ida a tierras lejanas e ignotas, un descenso al inframundo y un vagar a momentos penoso e incierto, en el que vas moviéndote a la par que un desfile de variopintos personajes, que no son más que tu mismo reflejo en una proyección de juego de espejos. La vuelta...¿quién sabe a dónde? Partiste con la idea de volver un día, pero te vas dando cuenta que Ítaca ya no existe. Tu Ítaca es un espejismo. No la habita ya nadie de quien hubo entonces. El sueño es diferente. ¿Regresar?, ¿a dónde?.
PEREGRINO
¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Luis Cernuda, Las Nubes. Desolación de la Quimera, Madrid, Cátedra, 2003.
Quien emprende conscientemente el viaje hacia sí mism@, sale de su zona de confort y de sus seguridades y resguardos, y sabe que ya jamás podrá renunciar a sus ánsias de libertad. Recorre las galerías de su alma sin ovillo al cual aferrarse, dispuest@ a reconciliarse con el Minotauro y salir de la caverna alzando victorios@ la antorcha del conocimiento. No hay monstruos que matar. Hay monstruos con los que dialogar. Nómbralos, reconócelos y estarán por siempre a tus órdenes. Quien haya acariciado con ternura a Asterión ya nunca deseará realmente un destino más fácil.
¡No corras. Ve despacio,
que donde tienes que ir
es a ti solo!
¡Ve despacio, no corras,
que el niño de tu yo, recién nacido
eterno,
no te puede seguir!
Si vas deprisa,
el tiempo volará ante ti, como una
mariposilla esquiva.
Si vas despacio,
el tiempo irá detras de ti,
como un buey manso.
Juan Ramón Jiménez, Antología Poética, Madrid, Cátedra, 2008.
Cuando se parte, frente al mar inmenso, se tienen las ganas y la alegría. O bien la tristeza y desesperanza de a quien no le queda ya mucho que perder. Sin embargo la caída es inevitable. Es el descenso al inframundo, a los infiernos, la vuelta al útero para perecer en el intento o renacer en nuevo cuerpo de guerrer@. Tierra. Raíces. Oscuridad y frío. Calor abrasador en una fiebre que acelera el pulso y la angustia, el dar tumbos sin rumbo aparente, el sentirse perdid@ por completo y no hallar reposo en los brazos de Penélope (¿en los brazos de qué arquetipo podemos descansar las mujeres si el reposo es tan solo para el guerrerO?). Es el naufragio. La pérdida. La renuncia. Las primeras canas. El grito. El llanto. La resistencia. La fuerza. El abandono. La aceptación. El autorreconocimiento a través de la vivencia del mito.
(...)Me desperté y la casa estaba iluminada
pero no había nadie conmigo-
sino tanta tristeza
y dolor.
¡Pero si la alegría del sol
es algo cotidiano,
pero si un monte
pero si un fuego!
Ay,
la belleza está clavada como un cuchillo
en el corazón.
Zelda, Obra Poética, Granada, Universidad de Granada, 1995.
Sigues. Caminas con paso más firme. Te sientes más fuerte. Se va formando la espiral de la vida, de tu vida, en cada una de tus cicatrices. Ahora sabes un poquito más. Tienes menos miedo, pero más tristeza. Has aprendido a flotar en las olas, a dejarte llevar por la corriente en un fluir constante hacia la orilla. Resistencia es fuerza y fuerza es lucha. Ya no luchas. Vives. El agua salada y la luz tibia del sol limpian tus heridas, limpian tus ojos, limpian tu garganta. Entras en un sueño de respiración pausada dejándote mecer por las olas. Estás rodead@ de luz. Tan solo respiras y te dejas llevar. Respiras y te dejas llevar...hasta que abres los ojos y te encuentras descansad@ en la orilla.
FRENTE AL MAR
Cuando liberé al pez dorado
sonrió el mar
y me apretó
contra su corazón libre,
contra su corazón desbordante.
Entonces juntos cantamos
(él y yo):
Mi alma no morirá. ¿Puede mandar una carroña
en corriente viva?
Él cantó así
por su alma tonante,
y yo canté
por mi alma doliente.
Zelda, Obra Poética, Granada, Universidad de Granada, 1995.
Sigo en el laberinto, piensas. Pero ahora todo es más dulce, más limpio, más ingenuo, más nuevo. Te has vaciado. Te estás redimiendo. Tu mirada es más inocente, parecida a la de la niña o del niño que fuiste y de alguna manera aún eres. Sonríes. Ítaca no existe.
¿O quizás sí?
ÍTACA
Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
56 Poemas, Kavafis, Madrid, Mondadori, 1998