domingo, 22 de febrero de 2009

Te has ido elevando hasta tu nombre

"Intelijencia, dame
el nombre esacto de las cosas!
Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas...
¡Intelijencia, dame
el nombre esacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!".

En busca de la esencia de las cosas se embarcó el autor de los citados versos en sus casi cincuenta años de poesía. Su nave partió guiada por un cisne blanco, para dejarlo marchar e incluso renegar cruentamente de él muy poco tiempo después. Las ánsias de eternidad, el deseo de inmortalidad le condujeron a alejarse de cada vez más del mundo artificial que le rodeaba, y tan sólo tenía un objetivo: alcanzar la Verdad. ¿Lo consiguió?. No lo sé, pero Juan Ramón Jiménez creyó en ella, y dedicó su vida por y para llegar a esa Verdad, reflejo de la cual es la poesía.
Podemos intuir en el texto cierta visión platónica en referencia a la Idea, verdadera esencia de las cosas, cuyas imágenes se proyectan y son captadas por nuestros sentidos. Para el poeta de Moguer esa Idea podía ser aprisionada mediante una única herramienta: la palabra, y para ello el contemplador debía abstraer el concepto, universalizarlo y traspasar cualquier deje material que de él se derivara. Mediante la palabra exacta el poeta comunica y transmite esa esencia, ayuda a los mortales a alcanzar un poco más de trascendentalidad y se corona como dios supremo creador y destructor de materia. Ya lo dijo Rubén Darío en su momento, "Poetas, Torres de Dios", y Juan Ramón Jiménez no fue inmune a su influjo, pues su obra poética no es otra cosa que la lucha por llegar a situarse cara a cara con dios. Pero no nos equivoquemos, su dios no es el dios cristiano, ni budista, ni musulmán. Su dios es el Todo y Nada, es la conciencia misma, es la Eternidad. En La Estación Total (1946) así nos lo cuenta:

(...) " ¿Y a qué venía, a qué venía?
Venía sólo a no acabar,
a perseguir en sí toda la luz,
a iluminar en sí toda la vida
con forma verdadera y suficiente (...)
(Mensajera,
tú existías. Y lo sabía yo)".


La Estación Total se acerca a la visión panteísta que tanto impregnó la obra del poeta. Imaginemos un punto en que espacio y tiempo se confundan, imaginemos que trascendemos al momento y abrimos los ojos para contemplar la perfecta totalidad y unión de elementos, una estación total en que primavera, verano, otoño e invierno no sean más que unicidad. Si lo logramos nos hallaremos en pleno corazón de la Eternidad, y si llegamos hasta ella es gracias a la lectura de los versos de Juan Ramón- ¡poetas, torres de Dios!- ya que con ellos no solamente ha conseguido la inmortalidad tan ansiada, ni que sobrevivan a una guerra civil y se sucedan de generación en generación, sino que además ha conseguido transmitirnos su verdad, esa verdad, la Verdad, reflejo exacto de la cual es "el nombre esacto de todas cosas", vehículo que de la misma es la poesía.
Pero no seamos ingenu@s y pensemos que de esta manera queda resuelto la que quizás sea la mayor preocupación de la Humanidad, esto es el miedo ante la muerte y la avidez de eternidad. No. Nuestro querido poeta moguereño sometió a continua revisión su obra, porque si bien hoy creía alcanzado su objetivo, pocos años después caía en un hermetismo desesperado, en que nada vislumbraba y nada le revelaba verdad alguna. Así, de hecho, comenzó su primer viaje en barco hacia América, a punto de casarse con Zenobia Camprubí y teniendo como único compañero al mar- o la mar- :

" ¡Nada! La palabra, aquí encuentra
hoy, para mí, su sitio,
como un cadáver de palabra
que se tendiera en su sepulcro
natural.
¡Nada!"


Mencionaba anteriormente al sujeto como contemplador de la realidad, y así se nos muestra Juan Ramón en Diario de un Poeta Recién Casado (1916), fruto de esta aventura allende los mares y que tanto influyó en la posterior Generación del veintisiete. El poeta contempla el mar, infinito e inabarcable, y mediante esta contemplación comprende, nos encontramos al comienzo del viaje, que todas las cosas mantienen una lucha por alcanzar su plenitud, pero es necesario que haya una conciencia- ¡poetas, torres de Dios!- que dé vida a tal plenitud con la palabra:

"¡Qué inmenso demostrarte,
en tu desnudez sola
-sin compañera...o sin compañero
según te diga el mar o la mar-, creando
el espectáculo completo
de nuestro mundo de hoy!".


He dado el salto temporal entre Eternidades (1918), libro al que pertenece el primer poema expuesto en esta entrada, y Diario de un Poeta Recién Casado (1916) para intentar demostrar los vaivenes a los que Juam Ramón estuvo sometido, así como porque creo de vital importancia el encuentro entre el poeta y el mar en su trayectoria literaria posterior, pues ya no podrá desprendersa del símbolo al que el mismo evoca, pues en él se concentran la eternidad, la infinitud y la muerte, es decir, el Todo y la Nada- tan semejante a su estación total de 1946-.

Voy a terminar recordando a quienes lean este blog que Juan Ramón Jiménez vivió la siempre recordada guerra civil española, hecho que, naturalmente, se reflejó en su obra, y supuso una ruptura con cualquier esperanza de hallar la Verdad. Los versos que expongo a continuación creo que sirven de ejemplo para ese constante ir y venir del poeta del que os hablaba un poco más arriba, pues si bien en momentos de su trayectoria poética el moguereño rozaba lo etéreo e infinito, volvía posteriormente a caer sobre tierra para no hallar más que hermetismo.
Me despido de vosotr@s con unos versos de Romances de Coral Gables (1948), obra escrita en el exilio, para retomar el tema en una próxima entrada y llegar al dios deseado y deseante, imagen que prácticamente al final de su obra le es revelada al poeta que me hizo llorar de emoción una fría tarde de febrero en la biblioteca de la universidad, Juan Ramón Jiménez:

CON TU PIEDRA

"El cielo pesa lo mismo
que una cantera de piedra.
Sobre la piedra del mundo
son de piedra las estrellas.
¡Esta enorme cargazón
de piedra encendida y yerta!
Piedra las estrellas, todas,
piedras, piedra, piedras, piedra.
Entre dos piedras camino,
me echo entre piedra y piedra;
piedras debajo del pecho
y encima de la cabeza.
Y si quiero levantarlas,
me hiere la piedra eterna;
si piso desesperado,
sangro en la piedra terrena.
¡Qué dolor de alma, piedra;
carne, qué dolor de piedra;
qué cárcel la noche, piedra,
cercada y cerca de piedra!.
Con tu piedra me amenazas,
destino de piedra y piedra.
Con tu piedra te daré
en tu corona de piedra".

domingo, 8 de febrero de 2009

Alfarero, a tus cacharros

Es sabido por quienes confiesan vivir sometid@s al poder de las letras el misterio que guardan tras de sí las palabras. Si nos remontamos a los más primitivos orígenes, en que las personas no fuimos catalogadas como tal hasta el momento en que adquirimos el uso del lenguaje, nos daremos cuenta de las limitaciones a las que nuestros antecesores estuvieron expuestos por carecer de dicho instrumento. Limitación tal que condujo a antropólog@s, evolucionistas, y teólog@s a datar como el principio de la humanidad el momento en que el Ser hizo uso del lenguaje verbal, a raiz de una teoría en que lenguaje y desarrollo cerebral van estrechamente unidos.
Comenzó la literatura siendo un privilegio para quienes dominaban el uso de la lengua de culto, el latín, formando los clérigos la mayor parte de esa extensa minoría. Pero las palabras luchan por sobrevivir a la tiranía de clases, y el pueblo se concentró alrededor de personajes marginales, titiriteros y juglares que cantaban y recitaban en plazas y mercados, acompañados de instrumentos y notas que rodeaban sus palabras a modo de aureola atemporal. Carecían de técnica, de conocimientos para sellar sus frases e historias, y éstas se transmitían oralmente, pero no eran extraños a la rima, pues con ella se facilitaba el empeño en memorizar y tratar de no perder jamás su poesía. Efectivamente, lo consiguieron. Poco queda, mucho se perdió, pero lo que aún tenemos a nuestro alcance nos postra ante estos personajes que vivieron y lucharon por que se les oyera con seis o siete siglos de antigüedad.
Pero volvamos a la modernidad, porque el repaso podría conducirnos a un interminable laberinto de espejos y me temo que éste, ahora mismo, no es mi cometido. Volvamos, por ejemplo, a finales del siglo XIX, principios del XX. ¿Por qué? pues porque cuando hablo de modernidad hablo inevitablemente de Romanticismo, verdadera esencia de la actualidad, y voy más allá. Hablo también de Modernismo, pues de otra cosa tampoco podría hablar si pretendo centrarme en la actualidad. Y para ello, voy a transcribir un poema del modernista por excelencia, del gran pensador, filósofo, poeta y narrador Miguel de Unamuno :

CREDO POÉTICO

Piensa en el sentimiento, siente el pensamiento;
que tus cantos tengan nidos en la tierra,
y que cuando en vuelo a los cielos suban
tras las nubes no se pierdan.

Peso necesitan, en alas peso,
la columna de humo se disipa entera,
algo que no es música es la poesía,
la pesada sólo queda.

Lo pensado es, no lo dudes, lo sentido.
¿Sentimiento puro? Quien ello crea,
de la fuente del sentir nunca ha llegado
a la viva y honda vena.

No te cuides en exceso del ropaje,
de escultor, no de sastre, es tu tarea,
no te olvides de que nunca más hermosa
que desnuda está la idea.

No el que un alma encarna en carne, ten presente,
no el que forma da a la idea es el poeta
sino que es el que alma encuentra tras la carne,
tras la forma encuentra idea.

De las fórmulas la broza es lo que hace
que nos vele la verdad, torpe, la ciencia;
la desnudas con tus manos, y tus ojos
gozarán de su belleza.

Busca líneas de desnudo, que aunque trates
de envolvernos en lo vago de la niebla,
aun la niebla tiene líneas y se esculpe;
ten, pues, ojo, no la pierdas.

Que tus cantos sean cantos esculpidos,
ancla en tierra mientras tanto que se elevan,
el lenguaje es ante todo pensamiento,
y es pensada su belleza.

Sujetemos en verdades del espíritu
las entrañas de las formas pasajeras,
que la Idea reine en todo soberana;
esculpamos, pues, la niebla.

...Efectivamente, el lenguaje es ante todo pensamiento, forma suprema de tejer realidades, capacidad humana por antonomasia. Tratemos de dar vida a la nebulosa en la que estamos envueltos, esculpamos la niebla, huyamos del arte por el arte- dejemos ahora mismo de lado debates sobre este tema, y escuchemos a don Miguel, tiempo habrá para dar voz (o eco) a los habitantes del Parnaso- centrémonos en la Idea.
Lenguaje, palabras, poesía, y por ende, eternidad. La palabra como forma de sobrevivir al destino común de los humanos: la muerte. Pero no cualquier palabra, sino la que nos conduzca al nombre exacto de todas las cosas, la que encarne la esencia más pura de toda realidad, la Palabra en mayúsculas, verdadera protagonista de la siguiente entrada en mi blog, que tendrá como protagonista al poeta que me llevó a llorar de emoción una fría tarde de enero en la biblioteca de la Universidad. Sea.

viernes, 6 de febrero de 2009

Las Cartas sobre la Mesa


Estoy vendida, mi alma obtuvo precio en el momento en que el fantasma de la inspiración acudió a mi encuentro. No confiéis en mí, pues sólo a mi arte pertenezco.

No queráis comprenderme tampoco, aceptemos que hay un abismo entre todo lo que tengáis que decirme y lo que yo misma sea capaz de escuchar. Es la autodestrucción social a favor del valor de la palabra.

Me temo que, un día muy lejano y aún sin yo saberlo, decidí apostar por la locura y ya nada me puede salvar.

Ni quiero.