lunes, 13 de febrero de 2023

No somos existencia, somos inercia. "El Arrancacorazones", de Boris Vian.

En un artículo con el explícito y escatológico título de "Sartre y la mierda", Boris Vian se declara como no-existencialista, lanzando uno de tantos dardos al que fuera un amigo querido y más tarde se convirtiera en amante de su mujer, la poeta Michelle Lèglise. Como bien sabemos  el existencialismo de J. P. Sartre plantea la idea de que la existencia precede a la esencia. Es decir, el ser humano no tiene una esencia predeterminada, nada ni nadie lo ha creado, sino que se hace a sí mismo, adquiere su esencia (que lo hace único) a través de su experiencia, de sus decisiones y de sus actos. Aquí reside, según el filósofo francés, la única libertad: el poder de elección. Más tarde, M. Focault rebatirá esta cuestión, señalando que en realidad no hay libertad posible, pues desde el nacimiento estamos condicionados por normas sociales, presentes en diferentes niveles y estratos, por la cultura y por el lenguaje. Pero ese es ya otro tema. Quedémonos por ahora con el existencialismo. 

 

 

Jean Paul Sartre 


 
Si el ser humano se convierte en quien es y adquiere, por ende, su esencia mediante las decisiones que va tomando, que son responsabilidad individual y un acto de libertad en sí mismo, es lógico pensar que cada individuo es único, hecho a sí mismo y por él mismo. ¿Cada individuo es único? En El Arrancacorazones, no. Como punto de llegada nos encontramos en un pueblo en que los habitantes se nos muestran animalizados, con comportamientos crueles y violentos, sin actitud crítica, y con destinos similares. Sirva a modo de ejemplo la feria de viejos, que son subastados para poder ser maltratados por los compradores; la venta de mujeres y la esclavitud sin miramiento de los  más jóvenes, llegando a conformar todo ello un cuadro de lo más grotesco. Nadie se cuestiona sus actos, que los habitantes repiten por el hecho de que siempre ha sido de esta manera, y no conciben alternativa posible. Ni la quieren. Nada más nacer, asumen su destino, lo que se espera de ellos según pertenezcan a un grupo o a otro. Son seres sin nombre, sin individualidad, de hecho, aparecen la mayoría de ellos nombrados por su profesión: el cura, el sacristán, el herrero, el carpintero, el mozo... No se plantean cambio porque no conciben cambio posible. 
 
 


Michelangelo Buonarroti


 
 
Es aquí donde aparece Jacquemort, el protagonista, un psicoanalista en busca de alguien a quien psicoanalizar porque no ha psicoanalizado nunca. Al llegar se encuentra involucrado en un parto de trillizos, terminando, sin saber cómo ni porqué, por convivir con ellos y con la madre que, al principio los rechaza, y después acaba desarrollando un trastorno paranoide en exceso protector con los infantes que la empuja al delirio. Pero sigue sin encontrar a quien psicoanalizar. La situación le pondrá también en contacto con la criada de la casa, que cree que su ruego de psicoanalizarla es algo maligno y una proposición indecente, y preferirá ponerse a cuatro patas para que él la monte, porque hacerlo de otra manera es indigno y sucio, antes que tenerse y hablar. Pero sigue sin encontrar a quien psicoanalizar...
 
 


Sigmund Freud



 
 
Jacquemort es la antítesis del existencialismo, un ser que se considera a sí mismo vacío,  sin esencia, y sin capacidad de reacción ante las atrocidades que lo envuelven. Comienza con ciertas expectativas e incluso algo de lo que Sartre denominó buena fe, pero termina, sin saber cómo, dejándose llevar por la fuerza de lo que le envuelve, llegando incluso a ocupar el lugar de uno de los personajes más representativos del pueblo, aquel que recoge las vergüenzas de los demás. Con el paso de los días, los meses se van desdibujado en un juego de palabras - enabril, aborto, octembre... - el tiempo se vuelve indiferenciado, como si una niebla lo envolviera todo, quedando muy presente que lo que prima es la inercia. 

En El Arrancacorazones no hay lugar para la libertad, cada ser humano es su propia prisión y es carcelero de los demás. Lo demuestra el desfile de personajes sin nombre, una madre prisionera de su temor y su delirio y unos hijos encarcelados por su madre. Solo perdemos de vista a un personaje, el padre de los trillizos, que acaba huyendo, impulsado por la situación a la que es abocado, y no sabemos más de él sino en otras de las novelas de Boris Vian, La Espuma de los Días y El Otoño en Pekín.
 
 

La Espuma de los Días, Michelle Gondry, 2013.


 
 
Es este personaje, que curiosamente se llama Ángel, el que muestras ciertos rasgos existencialistas, pero es derrotado por el antiexistencialismo y expulsado del relato por el autor. ¿Qué habrá sido de él y sus convicciones?
Veamos el siguiente diálogo entre Jacquemort y Ángel y que cada cual saque sus ¿propias? conclusiones:

(...) -Es usted libre, puesto que tiene un deseo - repuso Ángel.
-¿Y si no tuviera ninguno? 
-Sería usted un muerto. 
(...)
- Solo se es libre cuando no se desea nada, y un ser perfectamente libre no debería desear nada (...) Mire, desear algo significa estar encadenado a un deseo.
- De ninguna manera -dijo Ángel - La libertad es el deseo que viene de uno mismo.

Esta novela, como tantas otras de Boris Vian, constituye un acto de rebeldía contra cualquier forma de alienación. Pensar que somos seres libres de elegir cómo actuar nos vuelve responsables de cualquiera de nuestros actos, y eso, muchas veces, no nos conviene. Y nos asusta porque  nos aleja de la repetición de lo conocido. Es mucho más fácil dejarse llevar por la corriente, seguir haciendo algo aún a sabiendas de que ese algo no es correcto, porque nos es cómodo, familiar y sencillo. Aparcar la buena fe y despojarnos de nuestras vergüenzas proyectándolas en los demás. Como hacen otros. Como hacen tantos. Según Sartre, incluso esto sería una decisión tomada desde la libertad de elección. Según El Arrancacorazones, ningún personaje parece tener este nivel de análisis y autoconciencia. O lo que es lo mismo, esencia.

Así pues, ¿somos verdaderamente únicos? La literatura de Boris Vian, al menos a mí, sí me lo parece.
 
 


Simone de Beauvoir, Michelle Lèglise, Boris Vian y Jean Paul Sartre. 







viernes, 20 de enero de 2023

Entre muselinas y abadías: un acercamiento al primer trabajo literario de Jane Austen

La abadía de Northanger es el primer libro que escribió Jane Austen (1798), sin embargo no se publicó sino póstumamente, en 1818, ya que en su momento fue rechazado por la editorial a la que fue entregado (1803). En él se pueden apreciar ya las pautas que marcarán el estilo austeano en toda su producción literaria, tales como el retrato social de finales del s. XVIII y comienzos del XIX, los enredos y vaivenes de los personajes, que generan la duda en el lector (y lo mantienen en vilo), y las reflexiones moralizantes.

(...) La vestimenta siempre es una distinción frívola y prestarle una atención excesiva suele destruir el propósito que se pretende alcanzar (...) Muchas damas se sentirían humilladas si llegaran a entender lo poco que calan en el corazón de un hombre las prendas nuevas o de  mucho valor; lo poco que los conmueve la textura de la muselina y lo poco susceptibles que son a sentir nada especial por las telas de lunares, lisas o de organdí. La mujer se engalana solo para su propia satisfacción. Ningún hombre la admirará más y ninguna mujer le tendrá más simpatía por ello. La pulcritud y vestir a la moda bastarán a los primeros, y un toque de descuido o cierto desaliño resultará muy atractivo a las últimas (...).

 


Jane Austen

 
 
Además, hay en esta obra una burla de las novelas góticas, que ya puede apreciarse a partir del título : La abadía de Northanger, haciendo alusión irónica a las historias románticas que transcurren en fantasmagóricas abadías, viejas mansiones y destartalados castillos. Vemos también un estilo sencillo y un ritmo ágil, que hacen muy fácil y amena su lectura.

Podríamos decir que en esta obra se cuenta la historia de Catherine, la heroína que emprende un viaje iniciático desde el ensueño de su fantasía, gestada a través de su afición por las novelas, al despertar de lo que las cosas, y sobre todo las personas, en realidad son. 

(...) -Se ha formado usted una idea muy favorable de la abadía.
-Lo cierto es que sí. ¿No es una hacienda antigua y distinguida como las que salen en las novelas?
(...)
- ¿Y está usted preparada para afrontar todos los horrores que pueda encontrarse en un edificio de esos que "salen en las novelas"? (...) Nada de mesas, tocadores, guardarropas o cajones, sino, en un lado, quizás los restos de algún laúd roto, en el otro un pesado arcón imposible de abrir y, sobre la chimenea, el retrato de algún apuesto guerrero, cuyos rasgos le llamarán tanto la atención que no conseguirá apartar los ojos de él (...).
 
 
 

Abadía de Bath



 
Sin embargo, ya posee este personaje la individualidad y la libertad interior  tan propias de las protagonistas austeanas, mostrando que la confianza en una misma siempre acaba aportando algo de razón.

(...) Hablar no sirve de nada. Si no me he dejado convencer para hacer algo que considero que está mal, jamás lo haré por medio de engaños (...).

Debido a la capacidad de caracterización psicológica de los personajes por parte de la autora, vas identificándote con uno o con otro, metiéndote en la historia, que te mantiene expectante, y desarrollando tus propias reflexiones al son de las de los propios personajes. Y además, como sucede con Austen, te ríes, porque si bien es cierto que su estilo mordaz e irónico está todavía sin pulir en este primer trabajo, es justamente eso lo que lo hace más delicioso.


"Jane Austen nos hace sentir la extrañeza y el milagro de la literatura, la extrañeza de que un mundo tan distinto al nuestro, sobre todo en lo que se refiere a la vida de las mujeres, pueda parecernos de pronto tan asombrosamente cercano. Bajo el argumento hay una melodía subterránea, mucho más profunda, que sirve para contar cómo se confrontan los anhelos con las posibilidades verdaderas de satisfacerlos, la realidad y el deseo".
Elvira Lindo en el prólogo de Orgullo y prejuicio, ed. Suma de Letras. 
 
 
 

Elvira Lindo 

 
 
 
No sé, creo que con la edad me estoy volviendo de cada vez más austeana.

(...) no hay nada en lo que las personas se engañen más que en lo que respecta a la intensidad de sus afectos. 

*Todas las citas de la novela pertenecen a Jane Austen,  La abadía de Northanger,  Alma Clásicos Ilustrados, 2022.