martes, 26 de julio de 2011

La Mujer Desde la Mujer III

Uno de los mitos sexistas más extendidos y resistentes al cambio es el que apunta hacia la maternidad como realización natural de la mujer. Si bien es cierto que no puede negarse el deseo de ser madre y el hecho que, en muchos casos, la maternidad suponga una realización personal importante, hay que tener en cuenta también que sexo femenino no significa instinto maternal per se. ¿El llamado instinto maternal es deseo libre de la mujer o es imposición social por el hecho de ser mujer?.

Al mismo tiempo, es necesario tener bien presente que la mujer, al igual que el hombre, es libre en su poder de decisión y son muchos los planos que pueden conducir a que esta se sienta plenamente realizada, más allá del acto de ser madre e incluso excluyendo este hecho.

Pero este mito es tan resistente y está tan fuertemente arraigado, que cuando una nace mujer, la sociedad espera de ella que sea madre, teniendo lugar una presión implícita, y frecuentemente también explícita, en cada paso que una toma. Sin darse cuenta del todo, la mujer está socialmente predestinada a ser madre por el simple hecho de nacer mujer.

La cultura y sociedad androcéntrica y patriarcal es tan impositiva en este y muchos otros hechos, que puede convertir la vida de una mujer sin hijos en una verdadera pesadilla.


MUJER SIN HIJOS

El útero

sacude su vagina, la luna

se vacía desde el árbol sin rumbo fijo.

Mi paisaje es una mano sin líneas,

las sendas se arraciman anudándose,

el nudo mismo,


yo, la rosa que consigues:

este cuerpo,

este marfil


divino cual lloro de niño.

Arácnida, yo, hilo espejos,

fiel a mi imagen,

manando solamente sangre:

¡degústala, rojo mate!

Y mi floresta


mi funeral,

y esta colina u estotra

luciente de cadaverinas bocas.

Plath, Silvia, Antología, Madrid, ed. deJesús Pardo, Visor de Poesía, 2003.






Por otro lado, es innegable que el hecho de ser madre puede, y atención con ese puede porque no siempre es así, suponer una realización personal importante. Y es intersante en este punto tener en cuenta que la mujer convive nueve meses con el feto, siendo este parte inseparable de su propio cuerpo. Por tanto se produce algo que el hombre nunca podrá llegar a vivir o comprender del todo: crear o dar a luz una parte del propio ser, un mismo latido. Si además este acontecimiento es sublimado y mitificado por la sociedad y convertido en finalidad propia del sexo femenino, resulta comprensible que el aborto sea configurado como tabú y una de las más grandes desgracias que la mujer pueda vivir.


Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo.
Se repartió mi alma para formar tu alma.
Y fueron nueve lunas y fue toda una angustia
de días sin reposo y noches desveladas.
Y fue en la hora de verte que te perdí sin verte.
¿De qué color tus ojos, tu cabello, tu sombra?
Mi corazón que es cuan que en secreto te guarda,
porque sabe que fuiste y te llevó en la vida,
te seguirá meciendo hasta el fin de mis horas.
Méndez, Concha, Niño y Sombra (1936), en Poetas del 27. La Generación y su Entorno. Antología Comentada, Madrid, Austral, 2007.





Como señalaba antes, la maternidad supone un acontecimiento biológico para la mujer, según el cual su cuerpo cambia y se producen cambios hormonales y psicológicos que en el hombre no tienen lugar. Sí es cierto que el hombre o miembro de la pareja que no participa de la gestación se prepara mentalmente para el proceso de embarazo y posterior paternidad, pero la mujer va creando toda una serie de vínculos naturales con el feto, puesto que no solo lo transporta, sino que además lo alimenta, lo protege, y este es a ella a quien más cerca siente y al cuerpo de su madre al que se habitúa y toma como morada.

Pero desengañémonos, no siempre el embarazo es placentero para la mujer. En muchas ocasiones esta se siente extraña a sí misma, arrebatada, con náuseas, pesada, apática y, una vez nacido el niño o la niña, vacía. Otras veces no. De la misma manera, unas están dispuestas a dar el pecho al bebé y otras no. Sin ser mejores o peores madres. Simplemente, haciendo uso de su libertad como mujeres.


DANDO EL PECHO

Al cogerla tengo que tener cuidado.

Es como tratar de cargar un montoncito de agua

sin que se derrame.

Me siento en la mecedora

la acuno,

y al primer quejido,

empiezo a dar leche como vaca tranquila.

Ella vuelve a ser mía,

pegadita a mí,

dependiendo de mí

como cuando solo yo la conocía

y vivía en mi vientre.

Belli, Gioconda, Escándalo de Miel, Barcelona, Seix Barral, 2011.





En conclusión, biológicamente mujeres y hombres somos diferentes, y el proceso de maternidad forma parte de esa diferencia biológica, ahora bien, sobre todas las cosas está la libertad de elección y el hecho de nacer con órganos sexuales femeninos no debe condicionar, de ninguna manera, la opción escogida o forma de autorrealización de ninguna mujer. No nacemos para ser madres. Nacemos para ser la persona que cada una queremos ser.


(...) En los remolinos del noviazgo perdí la virginidad, que nunca he podido entender por qué se considera una pérdida lo que es una ganancia, en un Sinca 1000, como en la canción que hizo furor pocos años después. Aquel suceso no lo viví como un descubrimiento gozoso, sino como una especie de obligación para con mi novio, a la que accedí gustosa, sin duda, pero que luego me produciría muchas culpabilizaciones y remordimientos. Pensaba entonces que a partir de aquello nadie me iba a querer ni a valorar, porque había dejado de ser virge, y ese pensamiento, que no se me iba de la cabeza, me llenaba de congoja. Me habían educado así y eran conceptos morales que tenía grabados a fuego en el cerebro y que me costaría mucho esfuerzo y contratiempos quitarme de encima. Cuando no se sabe nada de la vida, ni se conocen otras cosas que las que te han inculcado desde los prejuicios más rancios, una situación así puede llegar a ser muy incómoda y no tiene otra salida decente que la iglesia (...).

Dómiza Zara, Dómina Zara: Soy un Sueño. Memorias, Barcelona, Plaza y Janés, 2005.



Dómina Zara

viernes, 15 de julio de 2011

La Mujer Desde la Mujer II

Con la liberación y proclamación de los derechos de la mujer se comenzó a reconocer un cuerpo diferente, el femenino, iniciándose un combate contra la ignorancia y a favor de la aceptación.

Durante siglos, fruto del desconocimiento y el temor, se consideró el flujo menstrual como maligno, al mismo tiempo que se tenía una concepción de la mujer como pecado y pecaminosa, bruja o sucia. El hablar sobre ello estaba vetado. La femineidad debía ser ocultada.



BEODOS

Enfangada en el colchón bajo el signo de la bruja tarasca,

en su apretón de sangre, la ensoporada virgen

ahorca con su menstruación al hombre lunar

cargado de gavillas en su huevo sin fisuras.

Incubado en apurado bocoy de tintorro,

él domina, inumbilicado a gemidos,

pero al precio de acribillarse la piel:

piscirrabudas chicas levan sus blancas piernas.

Plath, Silvia, El Coloso (1960), en Antología, ed. de Jesús Pardo, Madrid, Visor de Poesía, 2003.






Hoy en día las cosas han cambiado, de acuerdo, pero tampoco tanto.

A las mujeres nos cuesta hablar sobre la menstruación en voz alta y rodeada de hombres. Si necesitamos pedir un tampón o una compresa, siempre es en voz baja. No son muchos los hombres que deseen mantener relaciones sexuales durante este periodo del mes, pese a que está demostrado que para nosotras es mucho más placentero el acto sexual debido a los cambios hormonales. Y por si fuera poco, los anuncios publicitarios nos martirizan con chicas en pantaloncitos cortos de color blanco dando saltitos, cuando sabemos que es una osadia el vestir de blanco durante los primeros días y preguntándonos el porqué de tanta pirueta porque animalitos no somos. Aparecen también en estos anuncios mujeres vestidas de rojo y grilletes en un avión, resultando rídicula la personalización de lo biológico. En fin.


MENSTRUACIÓN

Tengo

la "enfermedad"

de las mujeres.

Mis hormonas

están alborotadas,

me siento parte

de la naturaleza.

Todos los meses

esta comunión

del alma

y el cuerpo;

este sentirse objeto

de leyes naturales

fuera de control;

el cerebro recogido

volviéndose vientre.

Belli, Gioconda, Escándalo de Miel, Barcelona, Seix Barral, 2011.





La verdad es que cuando tenemos la menstruación tenemos un cambio hormonal. Algunas estamos tristes, otras enfadadas y otras ni lo notamos. A muchas nos apetece tener relaciones sexuales, pues la sangre se limpia como se limpia el semen. A veces nos duele la cabeza, o tenemos dolor de barriga, ovarios o riñones, o todo a la vez. Otras veces, pensamos en un alarde de feminismo que el síndrome premenstrual es una engañina y no existe, pero al mes siguiente solo queremos desaparecer durante esos días. Frecuentemente, pese a tampones y compresas, nos ensuciamos. Y, sobre todo, lo que no hacemos, es dar saltitos, hablar con nuestra regla o cortar la mahonesa.


MICROLECCIÓN DE ANATOMÍA DE PAULA H*

Yo dije: "¡¡cojones!!"

y ella: "no pronuncies palabras

que no tienes en el cuerpo".

*Paula Hoogenboom a los diez años.

Ajo, Micropoemas 2, Madrid, Arrebato, 2010.




Funda para tampón.

miércoles, 6 de julio de 2011

La Mujer Desde la Mujer I

Es un hecho constatable el que la mujer genere de manera ininterrumpida fascinación y curiosidad en el hombre. En una sociedad patriarcal y androcéntrica, en la que el componente masculino es el que prima y dirige, ya sea consciente o inconscientemente, el espacio público, estamos demasiado acostumbrad@s a conocer mucho mejor un único punto de vista: el del varón. Por descontado, el arte también forma parte de esa maraña androcéntrica y sexista, y las voces femeninas han sido durante siglos ocultadas y silenciadas.

Pues bien, hay muchas mujeres poetas y muy buenas.


El hombre siempre ha hablado sobre la mujer y la mujer también lo ha hecho sobre el hombre. Pero ya es hora de escucharlas a ellas, porque como mujeres, no siempre nos sentimos identificadas con lo que ellos escriben sobre nosotras: belleza, amor, pecado, crueldad, sentimiento, fragilidad, todas ellas palabras muy bellas, pero que también forma parte del sexo masculino y no nos definen a nosotras por naturaleza.

¿Queréis saber, hombres del mundo, cómo somos las mujeres?, pues leednos, escuchadnos.

Nos situamos a finales del Barroco y empezamos con unos fragmentos de las redondillas más famosas y osadas de la literatura hispanoamericana, las de Sor Juana Inés:

REDONDILLAS

Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres, que en las mujeres acusan lo que causan.

Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver qe sois ocasión,

de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual

solicitáis su desdén,

¿por qué queréis que obren bien,

si las incitáis al mal?.

Combatís su resistencia,

y luego, con gravedad,

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia (...)

Siempre tan necios andáis

que, con desigual nivel,

a una culpáis por cruel,

y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada

la que vuestro amor pretende,

si la que es ingrata, ofende,

y la que es fácil, enfada? (...)

¿Pues para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis,

o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,

y después, con más razón,

acusaréis la afición

de la que os fuere a rogar (...).

De la Cruz, Sor Juana Inés, Poesía Lírica, Madrid, Cátedra, 2009.





Sor Juana Inés de la Cruz


Como mujeres, poseemos un cuerpo diferente al del hombre, convertido en objeto de deseo y motivo poético en prácticamente toda la historia de la literatura. Y es lógico, porque el desconocimiento exacerba el deseo sexual, pero si despojamos la descripción de nuestras curvas (ya sean más o menos) de todo deseo y nos centramos en su belleza, como bello puede ser el cuerpo de un pájaro, una tortuga o una hormiga, tenemos lo siguiente:



Así morirán mis manos oliendo a espliego falso

y morirá mi cuello hecho de musgo,

así morirá mi colonia de piano y de tinta.

Así la luz rayada,

la forma de mi forma,

mis calcetines de hilo,

así mi pelo que antes fue barba bárbara de babilonios

decapitados por Semíramis.

Por último mis senos gramaticalmente elípticos

o las anchas caderas que tanto me hicieron llorar.

Por último mis labios que demasiado feroces se volvieron,

el griego hígado,

el corazón medieval.

la mente sin cabalgadura.

Así morirá mi cuerpo de arco cuya clave es ninguna,

es la música haciendo de tiempo,

verde música sacra con el verde del oro.

Andreu, Blanca, De una Niña de Provincias que se Vino a Vivir en un Chagall (1981) en Poesía Española Reciente, Madrid, Cátedra, 2008.





Así, cada palabra adquiere pleno sentido, cada parte es nombrada y reconocida, y gracias a ese reconocimiento, nos identificamos como seres femeninos, no excentas de una merecida y orgullosa sensualidad:


TALLER DE SEDERÍA

Es un espléndido manantial de magnífica seda (...)

Salvo la seda, no hay otro comercio en esta ciudad,

por lo cual los forasteros no permanecen en ella y

solo la habitan sus propios vecinos.

Ibn Al-Jatib

Seda del párpado, seda de la ingle,

seda roja del cielo de la boca,

seda blanca, escondida, de la nuca,

la pieza con pequeños lunares de la espalda,

crisálida de seda del ombligo,

el ovillo del pubis, la seda que se adentra,

el encaje de seda de la axila,

la organza de los labios,

la piel como sedante,

las palabras sedosas

el sedal sin anzuelo de los brazos,

piel de fibra tensada - tarea de hiladera

del gusano inquilino, el tejedor del gremio

de los sastres futuros que destejen

la vieja seda rota y desvaída,

del trapero que rasga y que descose

los últimos recortes, los retales,

la mortaja de seda apolillada.

Luque, Aurora, Transitoria (1998), en Poesía Española Reciente, Madrid, Cátedra, 2008.





Madre I, Jane Beall



Y es que resulta que la literatura es conocimiento. Para que luego haya quien diga que no sirve para nada...

(...) No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no entendamos a nosotros mesmos ni sepamos quiénes somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese quién fue su padre, ni su madre, ni de qué tierra?.

Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor lo que hay en nosotras cuando no procuramos saber saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y ansí, a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos alma; mas que bienes puede haber en esta alma u quien está dentro de esta alma y el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos, y ansí se tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura; todo se nos va en la grosería del engaste u cerca de este castillo, que son estos cuerpos (...).

De Jesús, Teresa, Moradas del Castillo Interior, en Antología, ed. de Mª Pilar Manero Sorolla, Barcelona, LHU, 1992.