jueves, 10 de enero de 2019

Y se hizo la farola para el flâneur, el dandi y el boulevard en el París de Baudelaire


Baudelaire nace en un contexto social y político en el que imperan grandes ideales y continuos y convulsos cambios sociales. Es el momento de las revoluciones, del surgimiento de los sindicatos, del sufragio universal, de la creación del partido socialista… Así como de la invención del automóvil, del cine… Vemos pues dos aspectos importantes del momento histórico en que nace el poeta: por un lado el ensalzamiento de grandes ideales y revueltas sociales y por el otro la rapidez con la que avanza y transcurre la vida moderna.

Es importante además tener en cuenta que París es en el siglo XIX y principios del siglo XX capital por excelencia de las nuevas corrientes estéticas europeas. Si bien es cierto que el Romanticismo puede fijar su origen como movimiento en Alemania, el Modernismo tendrá como referente europeo la capital francesa. Desde ahí se propagarán las nuevas ideas estéticas y una forma desafiante de vivir la vida. Lo vemos en la pose y la vida bohemia de tantos artistas y poetas malditos, hijos del Romanticismo pero con nuevos ideales más afines a la marginalidad de las drogas y los paraísos artificiales, a la asiduidad a los prostíbulos y los seres de la noche, lejos de la seguridad del hogar y la familia tradicional.




Gautier, Moreau y Rimbaud en el Club des Haschischins



Baudelaire solía reunirse en París, concretamente en el Hotel Pimodan, antigua residencia de los duques de Lauzun, con varios artistas, tales como el escritor T. Gautier, el pintor, crítico de arte y violinista Boissard y R. de Beauvoir, un rico aficionado a las letras.  Acudían también artistas, actores, literatos… Se trataba del llamado Club des Haschischins (1843). Estas reuniones eran propias de fin de siglo y en ellas se trataban temas políticos y estéticos, suponiendo además un medio social de exploración de paraísos artificiales y refugio ante la fealdad del mundo. Así, Baudelaire prueba en estas reuniones por primera vez el hachís, ya que se había establecido en dicho hotel una especie de club de aficionados a este producto. El consumo de opio será otro de los eventos propios de este siglo, paraíso artificial que permite al artista abandonar el pensamiento racional y sumirse en la inspiración onírica e introspectiva.


(...) Cuando se recolecta el cáñamo, se producen ciertos fenómenos extraños en la persona de los trabajadores, hombres y mujeres. Se diría que emana de las mieses no sé qué espíritu vertiginoso, que circula alrededor de las piernas y asciende maliciosamente hasta el cerebro. La cabeza del segador se llena de torbellinos y a veces también de sueño. Los miembros se debilitan y se niegan a responder. Por otra parte, cuando era niño y jugaba y me revolcaba en los montones de alfalfa, también me sucedieron fenómenos similares (...).
C. Baudelaire, Los Paraísos Artificiales/ El Vino y el Hachís/ La FanfarloMadrid, Edimat, 2010.



El dandi, cuyo origen es inglés, se transforma en Baudelaire en el símbolo mismo del Artista. El dandi se distingue de sus semejantes por el traje, por una actitud estoica y por un porte escultórico, casi mecánico. Pero lo importante es que se distingue y, por lo tanto, es distinguido.  Se trata del refinamiento  de la figura del detective, muy relacionado con el flâneur o paseante, y como es lógico, esta operación solo es posible en un medio adecuado, y ese medio es la población de una gran ciudad. Por lo tanto, el dandi utiliza el porte y la elegancia material como símbolo de la superioridad aristocrática de su espíritu.





Baudelaire expone su teoría del dandi en La Fanfarlo (1847) y Le Peintre de la Vie Moderne (1863), canto de amor al diletantismo y la pereza, a una moral de la inutilidad, que alcanzan su máxima expresión en la palabra Spleen. Spleen como máximo aburrimiento, como tedio vital.


(...) Samuel tenía una imaginación depravada y quizás por eso el amor era para él una cuestión no tanto de los sentidos como de la razón. Ante todo, era el ansia y la admiración de lo bello; consideraba que la reproducción era un defecto del amor y el embarazo una enfermedad propia de la araña. Una vez escribió que los ángeles son estériles y hermafroditas. Le gustaba el cuerpo humano como materia armónica, como una hermosa arquitectura dotada de movimiento, y ese materialismo absoluto no distaba mucho del más puro idealismo. Pero como en la belleza, que es la causa del amor, hay, según él, dos elementos -la línea y el atractivo-, consideraba, al menos aquella noche, que el atractivo era el colorete (...).
C., Baudelaire, Los paraísos artificiales. El vino y el hachís. La fanfarlo, Madrid, Edimat, 2010.


Para el poeta, que nunca salió de la ciudad, París es concebida como una selva, en cuyas calles se encuentran fieras peligrosas. Y es, por supuesto, una fuente perfecta de spleen. El artista moderno busca una salvación para este tedio. La salvación serán los paraísos artificiales.


(...) La alcoba de la Fanfarlo era, pues, muy pequeña, con el techo bajo, y estaba llena de cosas mullidas, perfumadas y frágiles al tacto. El aire, cargado de singulares miasmas, inspiraba el deseo de morir allí, como en un invernadero. La claridad de la lámpara jugaba con el montón de encajes y de tejidos de colores vivos pero equívocos. Aquí y allá, sobre la pared, iluminaba unas pinturas impregnadas de voluptuosidad española: carnes muy blancas sobre fondos muy oscuros. Del fondo de ese cuartito encantador, que parecía a un tiempo un lugar de mala nota y un santuario, Samuel vio avanzar hacia él a la nueva diosa de su corazón, en el esplendor radiante y sagrado de su desnudez (...).
C., Baudelaire, Los paraísos artificiales. El vino y el hachís. La fanfarlo, Madrid, Edimat, 2010.



Joven Decadente, Ramón Casas, 1899.


Por lo tanto, Baudelaire, puente entre los artistas románticos y los modernos, presenta una visión luciferina de la salvación. El Artista, para superar la utilidad y el tedio, la mediocre moral burguesa, debe descender hacia Satanás y encontrar el Paraíso, al cual llegará a través de la diferenciación de la masa (dandismo, bohemia), del sexo y las mujeres y de las fórmulas próximas a la locura, como son el vino y las drogas. 

Entre los escritores del siglo XIX no encontramos en Francia ninguna visión que mire cara a cara al París del desarrollo industrial. Nunca aparece como la metrópoli industrial que ya era, sino como un escenario lujoso y anticuado en el que se mueven los fantasmas del Antiguo Régimen: el joven de provincias, los aristócratas, los pícaros, los arribistas, los financieros criminales, los periodistas canallas, las prostitutas ambiciosas… Baudelaire es el primero que concibe la metrópolis, y la masa anónima a ella unida, como un objeto artístico.

El primer texto en el que Baudelaire reflexiona sobre el anonimato de las masas ciudadanas y las incluye como elementos del poema se encuentra en Mon coeur mis à un (1855/66). Sin duda, en su comprensión lírica jugó un papel esencial su experiencia durante la revolución de 1848.


     Boulevard Saint-Denis in Paris, Jean Bero


El artista de la vida moderna es un intérprete de las masas que, habiendo reconocido la sustancia anónima e insignificante de las mismas, las dota de una significación efímera y cambiante. El flâneur es el paseante, el desocupado que se deja llevar por la masa y se embriaga de anonimato para llegar hasta el significado del instante fugitivo. ¿Y qué mejor sitio para conseguirlo que el bulevar?



A UNA TRANSEUNTE

La calle aturdidora en torno de mí aullaba.
Alta, delgada, de luto, dolor majestuoso,
una mujer pasó, y con gesto fastuoso,
recogía las puntillas que su andar balanceaba.

Ágil y  noble, con es pierna escultórica,
como un loco crispado, yo bebí
en su pupila, cielo preñado de tormenta,
placer mortal y a un tiempo fascinante dulzura.

Un relámpago...¡luego la noche! Fugitiva belleza
cuya mirada me ha hecho de repente renacer,
¿no volveré a verte hasta la eternidad?

¡Lejos de aquí! ¡Demasiado tarde! ¡Jamás puede ser!
Pues ignoro dónde vas y no sabes a dónde voy,
¡tú, a quien hubiera amado, tú que lo comprendiste!

C., Baudelaire, Las flores del mal, Barcelona, Ed. Óptima, 1998.



Los pasajes son una nueva invención del lujo industrial, fuente importante de callejeo. Son una especie de mundo en miniatura, una cosa intermedia entre la calle y el interior, en los que se suceden las tiendas más elegantes y entra la luz desde arriba.

Desde la Revolución francesa una extensa red de controles había ido coartando cada vez con más fuerza a la vida burguesa. La numeración de las casas en la gran ciudad da un apoyo muy útil al progreso de la normatización. La administración napoleónica la había hecho obligatoria para París en 1805, aunque en los barrios proletarios esta medida tropezara con resistencias. Baudelaire se encontraba tan perjudicado por ello como el resto, y huyendo de los acreedores, se afilió a cafés y a círculos de lectores. Se dio el caso de que habitaba a la vez dos domicilios, pero en los días en que la renta estaba pendiente pernoctaba en un tercero, con amigos. De hecho, entre 1842 y 1858 se cuentan catorce direcciones parisinas del poeta.







Resulta asimismo interesante el hecho de que bajo Napoleón III, durante el florecimiento del Segundo Imperio, crece rápidamente el número de las farolas de gas en París, lo cual aumenta la seguridad en la ciudad. También permite que los comercios no cierren antes de las diez de la noche.

El Baudelaire de los últimos años no pudo pasear  con frecuencia por las calles parisinas. Sus acreedores le perseguían, se anunciaba la enfermedad, y a todo ello se añadían las desavenencias con sus amantes.



EL CREPÚSCULO DE LA TARDE

He aquí la noche, amiga del criminal;
viene como un cómplice, con paso de lobo; el cielo
como una gran alcoba se cierra lentamente,
y se transforma en fiera el hombre impaciente.
¡Oh, noche, amable noche, deseada por aquellos
cuyos brazos pueden decir: en la jornada
de hoy hemos trabajado! -La noche es quien serena
las almas que devora una salvaje pena,
al obstinado sabio cuya frente se agacha,
y al obrero encorvado que a su morada regresa.

Los malsanos demonios, mientras, en el ambiente,
como hombres de negocios despiertan con torpeza,
y postigos y ventanas golpean al volar.
A través de la luz que el viento hace oscilar
en las aceras se enciende la prostitución;
como gran hormiguero abre sus madrigueras;
para todo se abre un secreto camino,
como el enemigo que trama el ataque,
y se remueve en el seno de la ciudad de fango,
como gusano que hura al hombre la comida.
Aquí y allí se oye el silbar de las cocinas,
los teatros trepidar, las orquestas roncar;
las mesas públicas donde triunfa el juego,
llenas de rameras, y se ven ladrones
cuyo trabajo no tiene tregua,
forzando puertas y cajas fuertes escondidas,
para vivir un tiempo y pagar sus queridas.

Recógete, alma mía, en este grave momento,
y cierra tus oídos a este desbordamiento. 
¡Es la hora en que se agravan los enfermos!
La oscura Noche los coge la garganta; terminan
su destino y se dirigen hacia el común abismo;
el hospital se llena de suspiros. -No volverán
a buscar la sopa perfumada,
junto al fuego, de noche, cerca de un alma amada.

Aun la mayor parte de ellos no han conocido
la dulzura de un hogar y jamás han vivido.

Baudelaire, C., Las flores del mal, Barcelona, Ed. Óptima, 1998.




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