jueves, 25 de junio de 2009

Diseccionando la (supuesta) Anatomía de un Ángel Hembra I



No se me ocurre cómo comenzar esta entrada porque leer a Pedro Andreu (Mallorca, 1976) ha sido para mí despertar un cúmulo de emociones y recuerdos que tenía, o eso creía, bajo llave en un rincón de ese músculo cada vez menos insolente y más apático que denominamos corazón.
Poesía canalla y bohemia, dejes de modernismo decadente y abúlica modernidad, calles oscuras del casco antiguo de Palma y noches en la Lonja o en un maltrecho colchón de una- cómo no- olvidada buhardilla que bien podría tratarse de la que cualquiera que tenga alma de poeta haya podido habitar- o en su defecto soñar- . Poesía bohemia y canalla, digo, para poblar las tres primeras partes de las que se compone
Anatomía de un Ángel Hembra: "Dislocación de un ala", "Ángeles caídos a golfemia" y "Llámalo Alquimia".
Comencemos por "Dislocación de un ala":

Hijos de un Dios Cabrón

Recuerdo aquellos años que nos vieron follar
-como ángeles caídos-
encima del sofá de casa de tus padres:
nuestro descaro altivo, enamorado
del mundo que pisábamos.
Recuerdo el arrabal del paraíso,
sus madrugadas húmedas, los charcos
donde saltar borrachos de alegría,
el torpe amarse mal por vez primera,
casi a escondidas, en un cuarto prestado,
de un par de adolescentes asustados
de tanta piel desnuda.
Me acuerdo de mis guardias
delante de tu casa,
de tus hazmedebarroentrelaspiernas
y del cielo rajado de las tardes
detrás de tu ventana.
Recuerdo que aprendimos de memoria
las pecas de la espalda a unir a dedo,
y las mañanas largas donde hacíamos
maratones de sexo en tu bañera.
Recuerdo los paseos callados por la playa
de aquel último invierno,
y también una tarde
que nos pudrió de pronto la alegría,
que nos llenó el amor de bichos feos
y donde la memoria quiso
tirar de la cadena.
Qué íbamos a hacerle, cielo,
si éramos tan sólo hijos bastardos
de un dios cabrón y un ángel hembra
que nos dejaron olvidados
en los pasillos fríos, en los libros,
de aquella triste Facultad de Letras.

Y viene a mi memoria el olor a sexo y sudor de noches interminables y días robados, el olor a humedad de las paredes de mi casa malalquilada y de la humedad que poblaba las sábanas donde nos reíamos de todo. El olor del verano, de los porros de marihuana, de las fiestas para dos más dos y de la inocencia que se ríe del futuro y se bebe el presente de un solo trago. Y recuerdo leer y recitarte a Salinas, enamorarme de La Vieja Sirena y terminar en dos días La Regenta. El tiempo no contaba, tan solo el momento y tus ojos de agua. Lilith- simbiótica casualidad- y Ocho nos llábamos, con estos nombres firmábamos nuestras obras (tú tus pinturas, yo mis poemas) y no aceptábamos más reflexión que la que da lugar a la duda.




Pero continuemos con la segunda parte de la antología, "Ángeles caídos a golfemia":

De Ángeles y Burdeles

Todavía el deseo te arrastra algunas noches.
Te arrastra como a un golfo por las calles
a bares con terraza y
a pocilgas sin aire.
Con humo por aliento y besos de vino negro
te acodas en la barra y juegas a ser nadie.
Admiras entre sombras tanta fiesta
de músculos de gata, sonrisas provocadas
por el vértigo blanco y un billete enrollado,
miradas que se cruzan cercanas como trenes,
copas que chocan y manos que se rozan,
ángeles caídos a golfemia, monstruos purísimos,
besos furtivos de una mujer casada a un tipo
que hace apenas dos horas desde aquel
escenario
derretía sus bragas des
de un solo de saxo.
Todavía te arrastra. Es el deseo.
Yo te he visto besando a una antigua vecina
en el baño de hombres mientras The Cure sonaba.
Y sé que alguna vez has hecho el desayuno
a mujeres de un día que te arañaron dentro.
Sin embargo regresas casi sie
mpre cansado
hasta tu casa, te quitas los zapatos, ropa...
Te tumbas a jugar un solitario
hasta mancharlo todo de soledad enferma.


Recuerdo entonces cómo me costó encontrarte en el cuerpo de otros hombres. Cómo me lancé a la noche y- maldita hijadeputa- jugué a ser la mujer fatal que poblaba nuestras fantasías. Recuerdo que los porros ya no fueron de marihuana, que el alcohol ya no era alcohol sino una mezcla obligada de éste con paroxetina y alprazolam y que el sexo ya no era sexo sino un recuerdo borroso delatado por las marcas de mis rodillas. Me dolían los labios. Me dolía la lengua. Me dolía esa alma herméticamente cerrada que se escondía en el pijama cuando llegaba a casa y se aterrorizaba al ver el reflejo de una cara demacrada y extraña en el espejo del cuarto de baño sin limpiar.
Recuerdo que leía y recitaba para estúpidos amantes -las niñas bonitas no pagan dinero- los poemas de Plath y Panero, que escribía frenéticamente y que aún firmaba como Lilith.




Se titula la tercera parte de Anatomía de un Ángel Hembra, "Llámalo Alquimia":

Estudiante de Alquimia

Caramelo del alba, infierno en cuentagotas,
aquelarre de sueños, piel sin ropa,
cómo explicarte que toda la ciudad
se hace ruinas, que mi casa
se cae a pedacitos, que tu ausencia
sabe a cigarrillos en mis dedos,
que me manchas de amor
el corazón, los pantalones y los ojos,
que hay fantasmas dibujando
el rastro de tu cuerpo en las paredes
de mi memoria frágil y aturdida.

Cómo decirte así, sencillamente, sin retóricas
baratas, que le faltas al alba y a mi almohada,
que este café sin ti es tan amargo,
que este lunes sin ti se parece al colegio,
y yo ahí: castigado. Sin recreo. En una esquina.
Huérfano. Releyendo tus cartas.
Estudiante de Alquimia.

Y me veo renegando de mi tinte rubio y mis sandalias de tacón. Cortándome la melena a jirones y echando por el váter cualquier olor que no sea el de mi propia piel. Me veo cantando un réquiem por el rojo de labios que ya no volveré a utilizar, dando vueltas perdida entre cuatro paredes y desafiando a la noche con mis ocho, siete, seis, quizás cinco horas de sueño impuestas a partir de ya. Me veo leyendo a Pavese, me siento más triste que nunca y me oigo llorar cuando nadie me ve.
Apenas siento. Me palpo el cuerpo en busca de alguna huella, pero no hay más que solitud. Hace mucho calor y comienza a tronar.

DespidoaLilith

Y como confío en las tormentas de verano, sé que algo nuevo está por llegar.
Retiro las cortinas y percibo un atisbo de luz que acuna un adiós definitivo. Hemos llegado a la última parte del libro, "Nana de Plumas Negras", que en la próxima entrada del blog os invitaré a explorar. Hasta entonces, me veréis deambular por los pasillos de la facultad, fumar pensativa intentanto atrapar una idea al vuelo, me veréis absorta leyendo a Salinas, Panero, Plath, Pavese o cualquier autor/a que me consiga emocionar. Tal y como lo hizo Pedro Andreu. Como lo hace. Como, espero, lo siga haciendo.


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