jueves, 2 de julio de 2009

Diseccionando la (supuesta) Anatomía de un Ángel Hembra II


Hemos recorrido en la anterior entrada las tres primeras partes de las que se compone Anatomía de un Ángel Hembra (Pedro Andreu, 2008. ed. Palma de Naranja): "Dislocación de un Ala", "Ángeles Caídos a Golfemia" y "Estudiante de Alquimia" para llegar hasta el adiós definitivo a una etapa, a una vida, y abarcar de esta manera la última parte de la antología, "Nana de Plumas Negras", que se compone de dos nanas- una dedicada a la muerte de sus abuelos y la otra a la de su padre- y comienza de esta manera:



Primera nana

A mis abuelos

I

"-Tengo noventa años de carne y pensamientos
pena de que todo cuanto hice y viví
tenga al fin que extinguirse, hacerse sombra" (...)



Pedro Andreu le pide a Cristina Cerezales Laforet que le prologue el libro, y ésta le responde a través de líneas de bellas y halagadoras palabras. Habla sobre su poesía, sobre su estilo y sus temas, sobre su sensibilidad e inspiración, pero concibe la obra como completa con las tres primeras partes, señalando que esta cuarta parte le resulta extraña en este libro, (ya que) es otra voz del poeta (...) Las alusiones que ya haces al tema dentro de los otros cortes del poemario me parecen más integradas. Yo no estoy de acuerdo. Y a continuación voy a tratar de explicar porqué.


"-Tengo noventa años de carne y pensamientos
pena de que todo cuanto hice y viví
tenga al fin que extinguirse, hacerse sombra".

Hemos asistido a lo largo del libro a un viaje por diferentes paisajes del alma. La primera parada, el descubrimiento del sexo y el amor más intenso, la individualidad más pura y el salto mortal hacia quienes, quizás algún día, llegaremos a ser. La siguiente parada la decepción y el fracaso, el golpe casi mortal contra el asfalto más negro de quien, un día, aprendió a volar; la búsqueda de una ausencia para hacerla tanginble en la barra de cualquier bar, el camino que conduce, inevitablemente, hacia la autodestrucción y regeneración en una nueva estación, la de la aceptación de que nos hemos hecho mayores, pues- y recurro a Jaime Gil de Biedma-que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde/como todos los jóvenes, yo vine/a llevarme la vida por delante.
Y llegamos así al adiós definitivo de una etapa, y nos refugiamos en nuestra infancia, en nuestra casa y con los nuestros y, cansad@s del camino- apalead@s y frustrad@s- , descansamos en el seno del que creemos nuestro origen, que, ahora sí, comprendemos es lo más seguro que tenemos. Partimos un día descalzos como inmigrantes hacia cuerpos desconocidos y volvemos repletos de vivencias y crueldades y bellezas y desesperanzas a la geografía de una tierra que nos vio partir: nuestra casa. Hemos regresado a nuestra infancia tras la guerra cruel con el mundo, nos hemos refugiado en la época de la inocencia y la esperanza, tras cubrir con gasas las funestas heridas que nuestra lucha dejó tras de sí. Pero ya no somos l@s mism@s y el fracaso, la pérdida y la frustración forman parte inevitable de nuestro bagaje. Y se van sumando las despedidas y la mayor de ellas- y que seguimos sin comprender- es la muerte.

Primera nana

A mis abuelos

I

"-Tengo noventa años de carne y pensamientos
pena de que todo cuanto hice y viví
tenga al fin que extinguirse, hacerse sombra (...)
(...) Fui envejeciendo y fui fel
iz
y seguí amando a tu abuela,
que cuando la conocí tenía apenas quince años
y la mar en los ojos y unos pies de miserias
y un carácter de sargento de la guardia civil
que me hacía temblar como un ejército.
Ya he cumplido mi viaje,
el tuyo empieza apenas- me dijiste.
Y tus ojos de roble,
que apenas sí miraban ya a este mundo,
eran como los míos. Exactamente iguales."
La vuelta a casa, a NUESTRA casa. El amor incondicional de los nuestros, sus palabras, nuestros recuerdos. Sí, la vida es larga y es dura y es injusta, pero es bonita y merece la pena y vienen a mi memoria los versos tantas veces repetidos de J.A. Goytisolo: tendrás amor, tendrás amigos.(...) Pero siempre, siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso". ...Aunque....ya no somos l@s mism@s:


Segunda Nana

A papá

(Mediodía, 25 de noviembre)

Y al fin incinerarlo, aquel último paquete
de tabaco
entre sus manos,
que perdieron el tacto.
Sesenta y ocho años han cabido
en una urna negra.


Despojos de ingenuidad, amargo escepticismo y cierto cinismo, creo que Pendro Andreu consigue integrar la tremenda paradoja que toda persona arrastra tras de sí: el nihilismo aprendido y el punto diminuto de ingenuidad que siempre regresa. No sé si he conseguido convencer a alguien de que Antología de un Ángel Hembra no estaría completo sin esta última parte. Tampoco lo pretendo. Para mí, es un libro perfecto en el que ningún poema sobra o está fuera de lugar. Al fin y al cabo, quizás no pueda verlo de otra manera porque en cada uno de mis viajes, al fondo de la mochila, siempre me ha acompañado el primer oso de peluche que me regaló mi abuelo....E incluso aún hoy hay noches en que duermo abrazada a él y siento que, con su recuerdo, absolutamente nada puede hacerme daño...

Segunda Nana

(Atardecer bajo una higuera, 26 de noviembre)
Debajo de una higuera,
cinco hermanos, sus parejas,
una mujer- nuestra madre-,
diez nietos, un puñado de amig
os
y la tarde agazapada encima de los campos.
De Dios no había rastro, pues papá era ateo
y nadie lo invitó. Cavamos media hora.
Plantamos a mi padre, regresamos
sus restos a la tierra, para que fueran barro.
Lanzamos unas rosas y claveles.
Dijeron a los niños que ahí
había que enterrar tesoros de su abuelo
porque se había ido a una estrella infinita.
Así que una de mis sobrinas le escribió una carta
y la dejó caer.
Otra le compró un paquete de cigarrillos negros,
y lo dejó caer.
Un tercero, entre lágrimas,

reunió sus cromos del Atleti
-era el club de papá-,
y los dejó caer.
Los nietos más pequeños pintaron unos folios
y los dejaron caer.
Mi hermano sacó de un bolsillo de su chupa
un libro que le habían publicado
y lo dejó caer.
Después echamos, uno tras otro,
una pala de tierra, hasta tapar el foso.
Y abrimos un paquete de tabaco
y fumamos un último cigarro de la m
arca
de papá, y si cerrabas los ojos se podía oler.
Entonces Venus brilló en el cielo
y mi sobrino de tres años dijo:
¡La estrella del abuelo!
¿Podemos ir a verlo en autobús?".



No hay comentarios: